yo no me quiero casar...

                                               ¿y usted?...

 

                RECUERDO que de niña me sentaba en el patio de mi casa y me imaginaba un magnífico ideal de servicio y de generosidad que se plasmaba en mí...y me veía ¡monja!  (como dice la gente, aunque en realidad a las monjas nadie las ve mucho porque no salen de su monasterio, y las que solemos ver son las “religiosas”).  Claro! qué otra cosa me esperaba si decía tener vocación religiosa  (o sea vocación a la consagración)?.   Me parece escuchar a la que fue mi jefa en un trabajo, decía siempre:  “el que no sabe es como el que no ve”.  Cuánta razón  tenía!!...

                Así fue que por desconocimiento me metí al convento. Me recorté o me recortaron  tanto para encajar en el molde que ni yo me conocía más.  Hoy, con el paso del tiempo, me doy cuenta que (cosa extraña, no?) Él sabe por qué y cómo hace las cosas. Aprendí  allí  un poco de algo y allí conocí a Francisco...de Asís. El alma se me hizo franciscana pues tenía entonces 18 años. Terminó el noviciado y me fui, medio conflictuada. En el fondo de mi corazón yo sentía una inmensa sed....

                Después llegaron los novios... casi me caso....

                En el fondo de mi corazón seguía esa inmensa sed.

                Finalmente fui junto a mi Obispo y le conté que quería hacer  un voto definitivo de castidad, al estilo de María Goretti (seguro la conocen, no?. Es aquella que murió santamente después de dejarse acuchillar más de diez veces por un muchacho que quiso violarla, y a quien ella perdonó antes de morir y el cual, luego de arrepentirse de su crimen, vivió en una comunidad de  franciscanos por el resto de su vida). Me dijo Monseñor: - “Es una locura”.  -”Y..sí...”, le contesté. Entonces me leyó el texto del Derecho Canónico donde habla de la  Castidad “por el Reino de los Cielos”. Bendijo una alianza que yo había llevado y me la puse. Era un 5 de febrero.

                Pasó el tiempo otra vez y me faltaba todavía algo: el marco eclesial. Yo era una santa solitaria.

                Busqué bastante algún grupo, alguna forma de vida que encajara con lo que yo quería. Es increíble y misterioso, como todo lo de Dios, que nadie en absoluto me hablara entonces de los “Institutos Seculares”. Yo buscaba lo que ya existía bajo ese nombre, sin saberlo. Y por supuesto mucho menos encontré algo que fuera franciscano, condición sine qua non para mí.

                Hoy escribo estas líneas pensando en las manos en que caerán. Pensando que tal vez pueda ahorrar algún esfuerzo a alguien, algún trecho de camino. Es lindo caminar, es cierto; es lindo tener la experiencia del propio descubrimiento. Pero es mucho más lindo saber, comprobar y regodearte en la certeza de estar y haber encontrado ¡al fin! tu lugar, tu privilegiadísimo lugar de laica/o consagrada/o.

                Los Institutos Seculares surgen  oficialmente en la Iglesia en 1947, con la Constitución Apostólica “Próvida Mater Ecclesia”; con la última reforma de la ley eclesial encontraron su lugar en el Derecho Canónico,  en los números  710 a 730 del mismo.

                Algunos Institutos surgieron a partir de ex-religiosos que, en ambientes de persecución, se vieron  obligados a dejar de usar sus hábitos y vivir entre la gente.  Otros surgieron simplemente como experiencia de mujeres y hombres que querían vivir  la consagración sin entrar a la vida religiosa.

                Procuraré ahora establecer una comparación entre la vida religiosa tradicional y la consagración secular, pues,  como siempre, partiendo de lo conocido captamos mejor lo desconocido.

                Etimológicamente la palabra vocación significa llamado. Dios llama a cada persona, en primer lugar,  a la vida;  universalmente Dios llama a  la salvación , a la santidad o  felicidad (tres formas de expresar la misma realidad: el fin último del hombre);  de manera particular Dios llama para cumplir misiones específicas. Toda vocación tiene que ver con la extensión del Reino de Dios. Todo bautizado  está llamado al apostolado, al servicio a la Iglesia, a colaborar en la construcción del  Reino de Dios. Cada cristiano es llamado a realizar la vocación al apostolado de diferentes maneras. La mayoría de las personas es llamada a santificarse en el Matrimonio, otros son llamados a santificarse por medio  de  una  “especial consagración a Dios”.

                Ahora bien, ¿qué es una especial consagración a Dios?. Es la que implica una  pertenencia exclusiva a Dios en sentido esponsal, esto es, la persona tiene conciencia de ser propiedad de Dios y que Dios le pertenece también como Esposo, en el sentido místico de la palabra. La persona se siente asimismo como separada de la comunidad humana, aunque esté inserta en ella.  La vida religiosa es también una forma de consagración especial a Dios que, a diferencia de la consagración secular, se concreta dando testimonio público y manifiesto de Jesucristo. Tanto en la vida religiosa como en la mayoría de los Institutos Seculares los consejos evangélicos adquieren la forma de votos.

                Qué son los Consejos Evangélicos?. Son las exhortaciones que Jesús hace a sus discípulos en el Evangelio, invitándolos a seguir  su forma de vida: casta, pobre y obediente. Los consejos evangélicos son el camino hacia la felicidad porque liberan al ser humano de sus tres grandes ataduras: el poder, los bajos instintos y la soberbia.

                La misión de la vida religiosa en el mundo es la de ser un signo escatológico: manifestando  ya en este mundo los bienes celestes, mostrando la superioridad del Reino de Dios sobre los valores terrenos, y que es posible vivir a la manera que Jesús vivió. La consagración del laico, en cambio,  tiene como objetivo orientar todas las realidades del mundo a Dios, por medio del ejercicio de las virtudes (esperanza, justicia, perdón, amor, solidaridad, etc.) en las situaciones de la vida diaria. Mientras los religiosos se retiran a los conventos, el consagrado secular permanece en el mundo conservando en secreto la propia consagración y  la de las otras personas del Instituto. Viven en sus propias familias, ejerciendo su oficio o profesión y participando de la vida social como cualquier persona cristiana que vive su fe. Tienen plena disponibilidad para el servicio a la Iglesia y al Instituto. Entre los varones, algunos son sacerdotes, esto es: no pertenecen a una comunidad eligiosa ni al clero secular. El mundo, en su aspecto político, social, económico, cultural, científico, artístico, periodístico, etc. es el campo propio de la actividad del secular  consagrado.